En las tierras altas de Tlaxcala, al borde de cañadas y montañas, reposa un sitio arqueológico que durante siglos permaneció oculto bajo tierra: Cacaxtla, centro ceremonial y político de un grupo enigmático conocido como los olmecas-xicalancas.
Aunque su nombre recuerda a los antiguos olmecas del Golfo, estos pueblos vivieron entre los siglos VII y X d.C., mucho después del colapso de las grandes ciudades mayas del sur y en una época en que Teotihuacan ya era ruina.
Lo que hace a Cacaxtla único, no es solo su arquitectura de terrazas y túneles, sino los murales que adornan sus paredes, extraordinariamente bien conservados, vibrantes en color y densos en simbolismo.
Estas pinturas murales, descubiertas en los años 70, presentan una fusión sorprendente de estilos mayas y del altiplano central, lo que ha desconcertado a arqueólogos e historiadores por décadas.
En los muros del Templo Rojo y el Gran Basamento, se encuentran escenas que evocan el universo ritual y guerrero: figuras humanas vestidas con tocados de jaguar o serpiente emplumada, dioses marinos, ofrendas de sangre, jaguares, aves mitológicas y personajes que parecen provenir de la iconografía del sureste, muy similares a los mayas.
Sin embargo, el contexto geográfico y político es propio del altiplano, lo que indica que Cacaxtla fue un punto de encuentro cultural, tal vez de refugiados o migrantes.
Los olmecas-xicalancas que habitaron Cacaxtla eran probablemente una coalición multiétnica, que tras el colapso de Teotihuacan ocuparon esta región estratégica para controlar rutas comerciales entre el Golfo, el Valle de Puebla y el altiplano central. Su cultura material muestra un dominio sofisticado de la pintura mural, arquitectura religiosa y simbolismo astronómico.
Entre las escenas más conocidas está el mural de la batalla, donde guerreros vestidos con pieles de felino atacan a enemigos vencidos, algunos con rasgos más teotihuacanos.
En otras pinturas, el agua fluye de los cuerpos de deidades o sacerdotes, conectando el sacrificio humano con la fertilidad agrícola, un tema recurrente en todo Mesoamérica.
Cacaxtla fue abandonado alrededor del año 900 d.C., pero sus murales quedaron intactos por más de mil años, protegidos por el derrumbe mismo que selló sus templos.
Hoy, esas imágenes siguen hablándonos con fuerza, son el testimonio visual de una frontera cultural dinámica, donde lo maya y lo central no se enfrentaron, sino que se entrelazaron en color, mito y poder.




