viernes, junio 6, 2025
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El Paseo del Buey: Tradición, adrenalina y devoción en honor a la Santísima Virgen de El Pueblito

La bendición del buey es un episodio de la celebración de la Santísima Virgen de El Pueblito, en Corregidora, hasta el último rincón de las calles es ocupado por habitantes y foráneos, que juntos celebran esta tradición con la finalidad de mostrar la calidad del animal con el que se preparará el banquete del día siguiente.

Las flores artificiales y de papel que reflejan avivados azules, naranjas, verdes, amarillos y morados hacen juego con los chiles, zanahorias, cebollas, pedazos de caña y hierbas de olor que cuelgan de la espalda del toro; los cuernos puntiagudos, la mirada perdida y una profunda inspiración de aire generan en el espectador la adrenalina suficiente para sentir el deseo de correr delante del buey.

Lo animales descansan embestidos de elegancia, ignorantes del papel que desempeñan en una tradición centenaria que no sería la misma sin su presencia, sobrecargan el ambiente que ya sublima devoción; una ofrenda que sirve como exposición incluye canastas de mimbre, imágenes de la “Tenanchita”, representaciones del buey, cruces, incienso, fotografías de la corporaciones, flores y trajes típicos.

“Eh, eh, eh”, los gritos de una muchedumbre emocionada embravecen los ánimos del toro desorientado, palmadas, jalones, golpazos y abucheos rodean al animal, las trompetas, clarinetes, tambores y los cuetes hacen explotar al fin el instinto de seguridad, con unos golpes de las pezuñas sobre el concreto resquebrajado la bestia afianza vuelo y sale disparada entre la multitud.

Un caos, un torbellino de adrenalina y valentía reaviva los motores de los más osados y revuelca la seguridad de los curiosos; un joven con camisa y sombrero de ala ancha, espera alucinado a que llegue el momento de correr, cuando escucha las pezuñas golpeteando, los centenares de pies a su alrededor y los gritos de sorpresa, el muchacho suelta otro más de regocijo y emprende su carrera.

Las caóticas pisadas acentúan la sensación de persecución que tanto placer efectúa sobre la multitud, el esfuerzo y los rayos del sol exprimen el sudor del rostro sonriente y enrojecido del muchacho, un empujón, un mal paso y un descuido lo derriban, magullan la carne contra el suelo polvoroso.

La ansiosa expresión del joven aporreado, cobra tintes de pánico, al percatarse de que docenas de personas se precipitan sobre él, algunos tropiezan y propinan nuevos golpes al caído, otros más esquivan el nuevo obstáculo y los menos muestran solidaridad.

Un puñado de manos sacan a flote al confundido joven que ahora pone cara de vergüenza y voltea como queriendo verificar a cuántos les importó su desventura, pero las ansias se propagan, se contagian con el rose de los cuerpos y aunque no hay peligro alguno, el muchacho continúa con su entretenida carrera.

Los menos atrevidos se amontonan en las aceras, esperando a ver el espectáculo que improvisan los osados, “no se acerquen que las van a tumbar”, reprende una mujer con un gesto de superioridad a dos adolescentes que se sienten atraídas por la emoción que les provoca la idea de que aquel toro que no quiere avanzar puede revelarse en cualquier momento.

Las patas arrancan el conocido golpeteo de pavimento nuevamente y el desorden empieza otra vez, el espacio se comprime y las muchachas se agazapan en una camioneta de redilas para escapar del griterío y el tumulto.

A su paso, el animal embiste con un costado el improvisado refugio y las adolescentes sueltan gritos de ansiedad y desesperación mezcladas con alivio y regocijo, cuando el toro se aleja, sólo queda la estela de personas corriendo por placer.

La conmoción las impulsa a salvar de un brinco y un par de zancadas la distancia hasta la caótica masa, pero el recorrido se acabó y la bestia se ha dado la vuelta para volver sobre sus acelerados pasos; ahora las muchachas convertidas en marañas de pelos removidos por el viento están a la cabeza de esta aventura y los rostros redondeados esta vez reflejan verdadero pánico.

“¿Dónde se van a meter?” le grita una a la otra, “no sé, no que muy chingona”, le responde, mientras las dos se deshacen en risas nerviosas y se apretujan en un rincón de la acera con la mujer con gestos de superioridad, quien les echa una mirada de reprobación mientras menea la cabeza.

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